la niebla gris de enero-
movia cejas y montañas
a las cuatro y cuarto
con dureza,
con frio en las venas,
el rostro de la nada
en el aleph de la esperanza,
guió los dedos
por palabras.
Contestaron al otro lado de la cama,
dio un beso en la frente,
rozo los dedos en su espalda
con extrañeza de hombre
cuando se acerca a una mujer.
Y se levanta del suelo
la voz que no sale de la garganta
sino del secreto,
del mutis sospechoso de niño...
Hola Amor, ¿me timbraste?
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