lunes, 22 de octubre de 2007

¡¡Hombre!!

Sucede que no quiero escribir esto y sucede que me tienta el silencio mismo a escribirlo. Ya miré al teléfono que nada nuevo me vino a contar y agoté centavo-segundo de los celulares para comunicarme con el segundo-eterno de mi existencia. ¿A qué temer de lo que diré? Mi nombre, mi situación, la anomia, el prejuicio, mi inocencia, mi fusilamiento interdiario, los malabares, el equilibrio, el amor. Sí, aún temo y temo con todos mis derechos como hombre, como autor, como Jonathan y André, como amante y enamorado. ¡Qué rudo suena! ¡Qué poco hombre puedo hacer escribiendo a espaldas como periódico amarillista! ¿Lo leerá? ¿Será cuestión de un par de días el encanto y una semana completa de calvario? Las emociones aún no se terminan en mi historia, pero sí el sueño, la esperanza, la sonrisa garantiza con más sonrisas. De consuelo el golpe del teléfono confirmando la distancia. ¿A qué vine? ¿Qué tentaba?
No me funcionó, pues, esta cara idiota mostrando lo sencillo y la experiencia ajena termina conmigo como si fuera un bribón. ¡Escarmiento! Me acusan del crimen, del genocidio, de mí mismo y por ser hombre, por ser viril, por ser idiota, por ser inocente, por ser quien soy y soy quien no debí ser en la sociedad. No me anima la idea de dormir con poca maravilla que besen mis ojos, con el chasquido plástico conmemorando un cese al fuego para mañana continuar. Parezca burla este epígrafe a mi desazón, pero así es el amor y me conmueve celebrarlo de esa manera. El día al revez, los de izquierda, el amor no comprende de plusvalía.
¿A qué me trae este discurso? ¿A qué quiero llegar? La amo y morir y matarme si se acaba este juego. ¿Qué si extrañaba la sensación? ¿La frialdad del pecho humano? La secularización, la calle, la familia, ceguera y epitafios. Humano soy y cargase la pena como algún maltrecho condón en una billetera o como la rosa escupida por el amor a quien se dedicó. Me conmueve lo que escribo y justo era lo que no quería escribir. Puedo herir, dañar, maltratar, pero el daño ya nació conmigo, ya se forjó en mí como esta barba que delata ser hijo de mi padre y mi padre justamente no tenía barba alguna. Ya no acuso a nadie de la desgracia, pero terminar no es lo que mis ojos se refieren ahora con su golpe seco a este escritorio. Cierto que lloré siendo hombre, siendo maricón, porque los hombres nunca lloran. ¿Y si rezan? Dios qué sucede. Justo a esto no quería llegar, pero el silencio de un teléfono me jala de la mano para esconderme entre almohadas inventando letras al avemaría que nunca memoricé. ¡Triste, canalla, este hijo de loba que dejó de sentirse humano por ser más humano aún! Una estocada me cubre el pecho y la cara larga ya golpea mis tobillos. ¿Tristeza? ¡Mierda! No quiero decir tristeza, porque sería el mismo imbécil que dice, porque nadie entiende. ¿Acaso no me delato tanto? ¿Acaso no es este el espejo donde me reflejo? ¿Tengo algún reflejo? Quizá en solo las cosas que me hacen sentir mal, sentir sensible, sentirse abierto por alguien que no dejo de amar y dispara siempre con certeza al centro del alma queriendo partirla, queriendo retorcer la cama donde duermo, queriendo partir el cigarro por esta hoja de papel que no puedo fumarla o como las lágrimas que saben a asco, pero no es vodka necesariamente. Necesidades.
¿Qué si necesito? Sí necesito. El brazo que no parte desde mi cuello, el corazón que alguien podría dibujar en mí. ¿Adónde, mujer? Me reconoces. Mírame y dime qué ves. ¿Al mismo? ¿Al emoticón? ¿Al Donjuán o al sinvergüenza? ¿A quien pones en silencio cuando le dices que lo amas? ¿Quién entonces? ¿Qué soy? Tú confundida y yo jugándome el pecho imitando lo que soy y niegas afirmando que no soy más que una farsa.
No miento. Inocente y ya violaron todos mis derechos. No me llama, espero. Se me irá el empeño de esta carta, no quise surcar este sendero, lloro y volví a llorar. ¡Qué poco hombre! ¡Hombre! Se me acabó el tiempo... ha sonado mi teléfono, con su permiso.

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