martes, 2 de octubre de 2007

Perdiendo el tiempo



Sigilosamente el llano del paisaje se hizo cada vez mas brusco mientras nuestro héroe batallaba contra titánicos temores. Desnudo frente a las amabilidades, antojó su espada, su ego y tan poco orgullo a eregir el alcazar donde viviría. Trajo los óleos más caros, la madera aromatiza por los antiguos inciensos de los señores del ayer, una cocina con hambruna, un dormitorio con cama de doz plazas, una cortina desapercibida y chismosa, y una mascota estereotipada de alguna serie americana que vio.
Levantó paredes con su pobre espalda, esculpió los umbrales con terticolis en el atlas, se llevo la mano a la boca, porque sabía que no podía terminar. La tierra: naturaleza virgen, la tierra que no lo vio nacer, la soledad de una isla y el diapasón de tantos mares. Ajeno al mundo servido en bandeja, peleó sin que le cayera residuos de metralla, ganó como los perdedores y cuestiona su fortuna. Atolondrado, engreido, enmarañado con sus antiguas costumbres, la soledad en primer plano histrionico y con una catarsis crónica que nubla el porvenir.
Alimentandose de las sobras que dejaba la mar, su pequeña carabela de cartón se deshizo en sus manos al saber que el tiempo la pudrio. La madera, el oro, la plata, desnudo ante lo que es virgen, el guerrero que no enfunda su arma dio toque de esgrima a su incertidumbre. El alcázar se construyó como los minutos que se forman por sí solos por el tiempo y de guardia un grillo que sufre de insomnio madrugador y trannochesco.
Su espalda, erigió su obra cumbre sobreviviente siendo parte de su sobrevivencia. La obra donde puede habitar el marido, el esposo, la esposa, la amante, los niños, el perro, la perra, el teléfono, dos kilos de felicidad y dos cucharitas de espanto. El mármol frío congelaban sus pies, la madera astillaban sus manos y la sinfonía marina perforaba el oído acostumbrado al grito.
Incesante, tedioso, temía su obra, la ambición como cachetada al más visionaria, congeló las agujas del reloj de la cocina y supo que debía marchar. Se hizo hediondo el olor a sal, la arena carcomía su pobre piel y el corazón se le crispó como que el desamparo lo manejaba a su antojo. Se deslizo hacia afuera y prohibió a la mar ser mar, a la arena ser arena, al marmol ser marmol, a la naturaleza ser naturaleza... Se contradijo con lo que por última vez había prometido no volver a hacer. La caida y experiencia, partió siendo fugitivo de su propia. ¿El alcázar? Se cayó como cual torre de naipes, la bienvenida, la mascota, el sigilo, la hipocresia, el mal arte, el desamor... Cayó. Alejándose al otro extremo de la isla, al otro extremo del pequeño mundo vio el límite del mar. Limite donde el agua caía en picada. Olvidó ser guerrero, arquitecto, psicólogo, imbécil... Siempre fue escritor y ahora... ¿Cómo me voy a la tierra virgen donde comencé?

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