lunes, 22 de octubre de 2007

Odiseo de cuatro paredes

El pequeño chiste que conté haciendo reír a nadie formó parte de mi inventario nocturno para reírme de mí mismo, cuando no hay nada por la ventana que me haga reír. Ya el insomnio se quedó jugando rompecabezas debajo de mi cama y se oscuro como la pantalla del televisor apagado. Las cortinas hacen formar pequeñas estrellas ámbar por las luces de los postes y las prostitutas me hacen recordar que algún borracho, después de todo, no estará tan solo en la calle. Quizá sea para él un consuelo, yo qué sé.
Nada me sacó de la cama y sus bordes se extendieron hasta los límites de mi cuerpo. Sin expansión alguna de mis extremidades, aún no cargaba de saliva mi almohada y mi pie colgaba del borde derecho jugando a pescar pesadillas.
Mandé el susurro con un sigiloso rezo a los padres de los padres y de mis padres, incluso. Me acordé de las ovejas, solo que ella no se acordaron de mí. Me fastidié, me resentí con mi sueño y con la impotencia de las matemáticas. Cerré los ojos y los mantuve así. Cerré los ojos y los cerré aún más y con más fuerza para luego darme cuenta que la mejor manera de dormir era mantenerse despierto. Así vendría el sueño más rápido.
Conciso, exacto y dogmático. Callé y me di cuenta que nada había para ver. La televisión vendía lo que nadie compra o vendía lo que ya nadie cree que funciona. La música podría ayudar y terminé enojándome con una canción de Marco Massini. Me inspiré para escribir algún verso, pero los versos se disiparon como los drogadictos del parque cuando pasó un pequeño auto policía.
Musité memorizándome los títulos de mis libros y recordando los pequeños cuentos que leí. Los miré y ....

(Esta hoja la encontré a las ocho de la mañana del día siguiente que fue escrita. Creo que la desesperación tiene un doble filo. Ustedes qué opinan).

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