lunes, 22 de octubre de 2007

Siempre estorban

Concluí, en un día, en que las aves que volaban al sur nunca más regresaban a mi casa. Más al sur si propiamente me encuentro al sur. ¿Será el norte del sur? Cierto, o como la geografía destruya mi película, es que me quedé con un hostal de nidos vacíos y de cascarones rotos: el producto de los amoríos.
Sacando mis ideas rentistas, pensé en alquilar los nidos. Un pequeño paso para el niño y un gran salto para la idiotez del mundo. ¿Cómo hablar con los animales? Si bien tenía un perro que me rompía las bastas del pantalón y un loro trovador, siempre quise mantener comunicación con ellos. Quizá mi loro me explique por qué diablos no podía producir la “i” y mi perro seguro me explicará cual era el motivo de romperme siempre las bastas. Muy lejano aún Pavlov y algún excéntrico, decidí guardar los nidos en un pequeño cofre antes que mi abuela me destruyera mi negocio con su temible escoba. Cierto que no era bruja para volar con ella, pero pobre de aquel que no terminaba la comida.
Guardé tres nidos completos y los demás se deshicieron en mis temblorosas manos. Escondido bajo diez palos de madera, un colchón paraíso y una cubrecama de autos Nascar, comencé a pensar en qué de bueno le pueden ver a estos nidos. Sin duda pasaban un frío limeño como el suspiro. Rarezas y me recordaba en la labor de la paloma para armar el nido. ¿Por qué no otro material? ¿Y el cable? ¿Y la cocina? ¿Y la sala? ¿El cuarto de juegos? Descubrí la naturaleza con mis inocentes entendimientos y dudé de las similitudes y vanguardias arquitectónicas: sea como fuese, cualquier garabato en un plano puede ser un edificio.
Si bien podría haber dicho que todas las palomas serían pobres por no tener tantas cosas como nosotros, ¿qué podrían tener de bueno o en común con nuestra naturaleza?
Se escuchó el auto y mis padres salieron a algún lugar que ya mi pobre mente no recuerda. No se despidieron ni nada. Miré por la ventana y estaban tan lejos como ellos quisieron. Quizá lo propio de la naturaleza sea el marcharse sin despedirse. Me quedé en el nido. ¿Seguiré en el huevo? ¿Ya rompí el cascarón?
Cuando las aves vuelan al sur, pareciera que los huevos siempre estorban.

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