martes, 24 de julio de 2007

(Sin título)

Asombra la cabellera
Rizada y tristemente negra
La luna, la miel,
El suspiro de las estrellas,
El anillo de la mies
Al ser concreta la esperanza,
Al ceñirse de blanco
La belleza que una mujer ampara.

Y los tridentes por flores,
Las coronas por nada
Y la finitud por nada,
Otra vez.
Linda y con ojos llorones.
No siga con dolores
Que el paisaje
Cambia al poder ver
Y es mejor aún
Cuando cubren las manos
La pupila, tu iris de color azul.

Peligrosa e infame,
Sabandija y purgatorios.
La mar exquisita,
La sinfonía que crispa
Las mejillas con el sonrojo.
Soleada las tardes, vida
Y más vida y me escondo,
Y me digo, y me respondo
Lo que juzgo como mentira.

lunes, 23 de julio de 2007

Me faltó decidir


Por el verso subversivo de Bécquer, vengase la noche que uno no inventa, porque solo sé vivir mi misma ficción. Los loqueríos repletos de mis hermanos, de las escuelas, de las métricas. Y una corte reía de lo que desnudaba sin cordura y sin pena. Mies que no escucha los murmullos del alma mía. No te conozco y tú no me conoces. Juega a la ruleta la vocación y el suicida, el ocio y el homicida. Matarás sin piedad que todo hace penumbra. Enceguece las lecturas de las generaciones y dijiste adiós a González Prada.
Y sepa Valdelomar de lo que trato, de lo que soy ingenuo, de lo traidor que puedo ser. Bailando dando piruetas en el sur de la poesía, en los desiertos de la creatividad, en la escasa lluvia de los espantos, el status quo de la ignorancia. Eres tú, no yo.
As de picas, corazón sin reina. Liturgia al soliloquio improvisado, fe a mis temibles blasfemias. Y no sé lo que escribo y de eso se trataba de escribir. Personajes, gentes, horrores, encantos y desencantos. Lo que nadie mira, muere. Lo que no es visto, no existe. Una identidad que no se deja descubrir en el albero de la idiosincrasia y yo que me guié de una sola persona. Que no me miren, que no sea el espejismo improvisado de las ilusiones. De mierda sean las tapas duras de los corazones, el código de venta del histrión de los dones. Yo no engaño, me engañan, me tientan. Mi almizcle que se hizo barro con la tierra cuando pensaba en volar. Sin embargo, volé muy cerca del suelo.
Los paracaídas, los submarinos de color amarillo, el taco impregnado del barniz de las miradas desconocidas, el rincón del cenicero sin ser usado. Llené con locura lo que Dios puso en el camino. La locura me satisface. Ya que duermas con la cicuta que suele ser la verdad, pensarás dos veces en compartir lo que la locura puede crear.
El mundo sugestionado sin los superhéroes de cartón y papel. Ya los valores caen con su peso y las tradiciones continúan con el tiempo como el atavismo de las religiones. Ya no cesaré el alma de mis peripecias y mis fortuitos ánimos de cada día. Supe que la literatura engaña a quien se bastó con lo que nunca sabía.
No dejaré de apretar el lápiz. El lapicero se secó de tanto lloriquear y los borradores se hacen orgullosos por nunca corregirme. Sea de mí esta la crítica de lo que la cama me dice, de lo que la lámpara cuestiona y de lo que la soledad imagina.
Ya en paz descanse el señuelo extraviado en el mar, en el aire, en la tierra, en mí mismo y en los ojos que pasaron lista en recordar lo que tienen en qué corregir. Fue la última palabra, fue el yo que casi no inventé, porque yo mismo soy el invento que alguien quiso y no sé quién.
Exactamente sería el acabar la fianza con el desencanto. Inexactamente la tarea de ser frío, de no estar caliente y eso se llamaba “realidad”.

Conde


Crisparon las ansias del manojo de nervios de la puerta a la almena vacía de almas y repleta de heridas, magulladuras y extorsiones. Las clavijas se arrepintieron de ser guardianes de este calabozo, de este politburó del viejo conde. Sin firmamento alguno, el viejo conde interrumpió la prosapia del silencio habitado aquí por años. El susurro ensombreció las cartas a jugar. Faltó el quinto rey. El quinto rey se embarró con las ollas de una cocina.
El conde disparó siempre orgulloso con su lisura que desquebrajó las normas de un nido vetado por la municipalidad. Cuesta creer que viva de cimarrón en esta jaula. Caí por mi propio peso y nadie me arrastró. ¿Quién tiró? El conde ríe sin que nadie confiese y juega al dominó con las engrapadoras, con los papeles, con el origami que planta raíces en los escritorios. El viejo conde vivió su propio eclipse al jugar al clic y al clac con el fosforescente. Jugó al sol y a la luna en un mismo dormitorio. Los cuchillos perdieron su filo y el azúcar siempre acíbar cuando un té humedece los labios embriagados por el alcohol.
¿Con quién brindaste, viejo conde?
¿Quién te convido lo que comparto y me prohíbes?
Te faltaron súbditos. Te sobraron anaqueles para elevarte, para tu babel de cartón y carajos. No viste tierra: decidiste tomar las escaleras.
Viejo conde, ¿quién te sigue? ¿Hijos o súbditos?
No hay personalidad sin diferencia, sin el otro... El yo quien te habla... Somos más, tú menos... Dime ¿Cuántos yo tienes?
Subiste, viejo conde. Subiste donde los cuervos no sienten el sabor de carne podrida. Nada se consume a sí mismo. Viejo conde, te consumió tu grandeza minúscula. Ya no es tan grande lo que tiempo deja de color añil. Ya lo pequeño es nada... Ahora los niños te saben a nada. ¿De qué ríes, conde? Tu almena se calló contigo por mi diana escurridiza a tus oídos, a tus ojos, a tus sentidos.
Si pudieras... No. Hoy no te pediré favores, viejo conde. Mañana marcho al “no sé” que siempre tienes de respuesta al iniciar una tertulia que a nada nos lleva, porque nada teníamos pendiente.
El viejo conde subió. Franqueó el buenas noches fingido. Sentó su cuerpo en el trono de palitos de chupete. ¿Qué reino tienes, viejo conde? El cantamañanas cortará tu asombro y la resaca será tu nuevo dolor de cabeza. Ya no seré yo, menos la condesa. ¿Y la condesa?
Viejo conde, ahora que duermes sentado, porque siempre ordenas, dime... ¿Qué tan alto vuela un ángel? ¿Qué parte del código desaprendido aprendí? Eras tan humano como yo. No hay leyes de justicia para tu merced. Tal vez no la haya. No me interesa. Nada me interesa.
Duerme, viejo conde. La puerta ya sollozó desde el último golpe que le diste y le di un curita a tu maldita usura cuando te acuerdes de mí, de un vasallo a quien engañaste. Sin nobleza no llegaré muy lejos, pero los crímenes no son perfectos. Lo sabes.
Viejo conde...
... mi viejo ... conde....

Y escribió el mudo...


Escuché lo que musita la hija de un padre héroe, pero fallecido. Brindé con ella el alcohol más barato que puede vomitar una barrica de roble. La luz blanca no era la de la muerte, sino una estúpida lámpara. Ella, herida, hacía imágenes con la memoria para luego borrarlas y volverlas a crear. Siempre repetía lo que fuimos, lo que éramos y lo que ahora somos. Me costaba ver a ella como sangre de la mitad de mi sangre. Fue solo por ayer, pero el día se nos hizo largo y cogimos parte de la noche y de la madrugada y del desayuno. Brindé por lo que no valdría tener orgullo y hablé lo prohibido a hablar. Un cuarto de cuatro paredes que se hicieron de oídos sordos. El sonido retumbaba sin cautela y llegaba al rincón donde dormía la norma y el orden en una misma cama.
Miraba la hora como si fueran a acabarse en el hoy y sin llegar a un continuará. Sentía las ganas de hacer la vida como una película de Disney: el final con un beso y todos felices. Entender que siempre los finales de las caricaturas terminan en el matrimonio, porque luego no hay más felicidad. Nadie apagó la televisión en ese entonces. Don Nadie habló y fulanos y menganos tuvieron mucha resaca.
Vi el rostro lo que el tiempo cansa. Vi lo que el alcohol y el mal sexo procrea. Sentí lo que el rencor enfrasca en la alacena de mi madre. El condimento que pica el sentimiento del hijo pródigo, del hijo idiota, de la hija ex princesa. Las medidas, las tallas, las preguntas prototípicas de cada relación seria: ¿estoy delgada? Una gaseosa yanqui que mojó un poco la alfombra marrón del dormitorio y que se mezcló con el débil ADN de una lágrima que ella derramó por incomprendida de los licores robados, de las resacas lunáticas y domingueras. Y reí lo que en casa nadie ríe. Y no solo fuimos dos, sino tres. No, miento, cuatro. Es más, cinco. Nada que ver, fuimos bastantes, porque las cantidades no se cuentan, sino se sienten. Una amiga, una amiga y un amigo. Es decir, tres hermanos.
Lo que corrigió la impotencia y lo que emprende la maravilla del desvelo. El reír del “Toda pendeja tiene suerte” y de todos los sentidos figurados habidos y por haber para que yo no entienda, porque no debía entender. Y la ex princesa herida tendrá que regresar al bosque donde las antenas del celular no se atreven a entrar, donde las caídas en el fango valen como un sueldo, donde un bote con termitas es un lujo. Sin embargo, el invierno no es para todo el mundo. Y allá, lejos, se irá la persona con quien menos pensé compartir un cigarrillo.
Y se tendrá que ir, porque ella misma se llama. Como es la madre naturaleza con los instintos. Y se irá volando hacia su lugar donde la denuncia por el robo de un güisqui salió por la culata de un revolver, donde el amor no es el mismo según la esperanza piensa, donde la mochila se hará más grande al momento del partir de una casa y donde los aviones no son el único transporte para llegar a ese bosque. Y decir que volar no es mecánico, sino es el volver a nacer, potenciarse, surgir como el fénix y brindar con los amigos y seguir con lo que uno mismo reclama.
Y lo que la ex princesa me reclamó en ese instante, al recordar todo lo que sucedió, solo fue un vaso más de ron.

sábado, 21 de julio de 2007

Tres


Uno: ¿De qué vivira la luciernaga al madrugar cada madrugada en la calle?
Dos: Es un foco.
Uno: Puede ser acaso material lo que inventa el hombre. ¿Acaso no siente frío?
Dos: Es de cemento.
Uno: ¿Qué puede decir el hombre si el cantamañas ronca contra la madera exterminada por las termitas del tiempo y el gesto mal sano del despertar?
Dos: Es un despertador.
Uno: ¿Qué es lo que tanto piensa el lápiz para diseñar lo que el papel encarcela en fibras de imagición y vacío?
Dos: Es tu imaginación.
Uno: ¿Qué es lo que tanto la sensualidad encarna con las frases prototipicas de los niños poetas, de los hombres idiotas, de las flores marchitas y de plastico cuando murmura el gemido y se esconde la mocedad?
Dos: Es sexo juvenil.
Uno:¿Cuál fue la llama que extingue el fuego al dibujar ese objeto con las dos manos? ¿Qué ancía el hombre al prometer infinidades a lo infinito que es el tiempo? ¿Qué es lo que ahuyenta al hombre para morir sin alguna decisión o los que mueren porque la muerte será siempre una mujer?
Dos: Es...

Tres: El mismo cuerpo. El mismo hombre.

lunes, 9 de julio de 2007

"Peripecias". De: "De las peores maneras"



Y acusamos al sin motivo cuando pasa el tiempo y no nos lleva consigo cuando las ideas divagan por el querer y no poder. Yo me encuentro en esa mitad que limita mis tantas verdades, mis fingidas mentiras y las tan inexplicables obsesiones. Parece tan certera la idea de que son dos las mitades y una mitad que mitiga las esperanzas y la otra mitad que simplemente le da igual. Igual.
Sintiese que el amor es raptado por el cierzo que brinda una última estocada a mis suspiros, que desnuda el alma, que detiene el pecho al crispar los latidos y reclama más respiros para sentirse vivo en momentos que la mera felicidad era cuestión de enfisemas. ¿Por qué hablo de esa manera del amor?
Una que es ella. Una que es criatura de mi exabrupto, de mi albedrío, de mi experiencia en el oficio de soñar y de teorizar el “me gusta ese ‘no sé qué’”. ¿Acaso es tiempo para sentirme así? ¿Es válido tener la idea de que una flecha perdida de Cupido apuntaba hacia mí? Si entendiesen de la alegría de una belle difference al partir la vida en antes y después, en “aquí moría” y “aquí volví a nacer”. ¿Contar las palabras bastan para hacerme entender? Yo, quien cree en lo eternamente finito que puede ser la vida y el amor, me encuentro a merced de la sin razón que es enemiga de lo físico, de la carne, de los jeans apretados, de los escotes.
a merced, sin razón
Y aplaudiré, hatajo de testigos y criminales, a la flor que evoca el benjuí que encanta un albero. Un albero que nada hará marchitar, que nada dejará a su suerte, pero ¿acaso valdría repetir las mismas palabras otra vez para hacer sentir una verdad?
un albero, mi vida
Una suerte de cicuta que no embriaga ni mata con el desamparo, sino que purifica sin saber el motivo, la voluntad, el interés o la manía de seguir consumiéndola. Que consumo con el silencio que despierta en mis tardes, que juega con mis muñecas al posar mis codos en un escritorio árido de ilusiones, con la cofradía de mis recuerdos. Silencio que no sé cómo justificar.
Y de pie sigo con pasos entre los andares y ni sé a dónde terminaré a varar.
Dime, ¿acaso no sientes que debería escribir y hacer que la tinta manche mis manos para que sea un alma, y el blanco papel un cuerpo donde dibujo, garabateo palabras que musitan y hacen sentir que se acerca la soledad al sentir que no hay vida más allá de lo que las letras crean?
Sea como fuese, las palabras se las llevan el viento, la brisa, el vendaval que acaricia mi rostro desafinado al diapasón que marca un latido, un corazón.
las palabras que se las llevó el viento... ¿a dónde se las llevó? ¿quién se lleva al viento?

--Felipe, ¿en qué piensas?- me dijo Sharon quien me contaba una pelea con su enamorado. Estábamos yendo a la universidad.
--En nada- le contesté.
Mentí.

viernes, 6 de julio de 2007

De escritor a traductor


Está bien que no contenga palabra alguna, pero no era para que me arrancaras de así por así, de así por ser ajeno o devoto a la métrica, al atavismo. Vanidades, encendí tu pulgar, tu índice, tu exabrupto. Arrancaste mi inmaculada figura y doblaste en cuatricomía mi alma, mi fondo, mi nada. Y expusiste mi asombro al sitio más perverso del pupitre. ¡No guardo rencor! Señorita mía, ni pensar que me tocaste con esos dedos de niña y de mujer, aunque tu historia no la sepa.
Y vino el reloj, vino tu adiós remendón recordando tu unidad partida por el secreto que no rima tanto con soledad, pero sí con el miedo.
Claro, como a ti no te abandonan como un papel, como una hoja de respeto, como un casi epígrafe y un casi “de aquí no me voy”. No, aún no es rencor, señorita de palabras cortas y sin mejillas al momento de saludar o al despedir. Y una mano redentora que me salvo de ti, asesina del material poético y lírico, digo, de un simplón, burdo, desgraciado papel. Pues, ahora sabes de páginas válidas y de arte de novicios y de máquinas de escribir en gavias. Menos mal que bien, todo se tradujo en un simple me voy, pero me tocaste. Seguro por ser más de tu obra simpática y traviesa. No lo sé, ahora me traducen las tintas y las fallas ortográficas al tener sentido mi vacío y mi fondo. Ahora soy periplo de un escritor y de un amante que no te seduce, que tal vez no engañe, pero sí con voluntad de no ser reciclado como yo, como la primera hoja de tu cuento.
Y faltase poco y el redentor no conmueve un corazón, un alma y, probablemente, otra hoja de papel vacía que busca ser llenada.
Gracias por traducirme.
Gracias André.

jueves, 5 de julio de 2007

... la misma piedra


Cuando las lindes de los tinteros juegan al parchis con mis bandidos suspiros, hay pocas cosas que quedan en la idiosincracia, en el velo de la hipocresìa, en la sed de los dedos o hasta en el gemido de un labio. Pues la cruzada inversa entre el creer y la travesura de lo que escribo no hagan que pierda la honestidad o hasta la amabilidad con quienes me rodean. Ya no piso dos veces la misma vereda, ya no colaboro con la misma moneda que termina consumiendose en droga por la triste mocedad nuestra. Ya no beso el mismo labio, no encanto a la misma lectora, ya temo a las pastillas, ya temo el dormir después de una fiesta. Se pierde lo amable y sé con quien convivo, pero quien no busca vivir. Pareciese que el "otro" extraño se consume sin promover alguna palabra para conocerlo. Si te dijese que no creo más en lo que tú puedes llamar verdades y decirte que no guardo más verdad que lo que tú puedes considerar como mentira al saber que despierto inocente sin jurar mal, que escribo la algarabía de mi compartir buscando alguien y no encuentre a nadie más allá, que no convenzó a la mentira para satisfacer el deseo maldito que rompe a tantas relaciones. Pues me cuesta no compartir el mismo dialogo, la misma letanía que ya fe no tiene. Y qué decirle a la pastilla que sueño espera, a la Artemisa que con mis mentiras crea maravillas e historias. Pues que este no sea mi único cuento sin que alguien participe.
Cuesta entender lo humano y yo que pertenesco a ese hatajo de vulgares. El sueño hace que la realidad sea diferente. Lo utópico. Una gracia que podría buscar sin buscar testigos. Eso mismo, testigos a quien pedirles mucho y nunca darles la cara. Cuesta comprender las nuevas expectativas, pero ya más inocencia mi literatura clama, ya más leña al fuego el calor no reclama. Y sea así y sea que que corrobore lo que por primera vez imaginé de alguien. Las primeras impresiones no son siempre las fachas, sino la esperanza de cada uno...
Sobrevaloro a quien se me hace ajeno...
Que alguien me diga que no es pecado...
Pidiera que nunca me confiese...

miércoles, 4 de julio de 2007

Me sobornas con tu muerte


Salí, escapé, ahora. Me sobornas con tu muerte, con tu desaparecer para aparecerte más en mí y más que nunca, porque nunca pude olvidarte del todo, olvidarte y conseguir nada. Inocente párvula que maquilla las heridas con el almizcle de la tristeza. Clavé una última estocada con el vendaval que escapó de mi albedrío, pero siempre deseoso. Y no moriste. Y sobreviviste, a pesar del salto de página, del exabrupto, de las manos maniqueas al esbozar letras y tintas, las venas de los tinteros.
Shhh. No viene. Deja abierta tu ventana que no habrá más tormenta. Solo por hoy. ¿Hoy?
Shhh. Déjame decirte que la sangre no cede al flato que colmó mi última página con
tu nombre, porque estaba prohibido, estaba prohibido, prohibido. Mira hacia otro lado. Shhh. Sí, sé que pude haber dado más. Alguien viene....
No era él. No era yo. No era yo.
Cada milímetro corrobora la ineficacia, el daño colateral que hago. Pero te vas a morir, ¿quién arrincona?, ¿quién clama? En fin, ya no escribo. A mí, al yo, al personaje que soy, que inventé, que veté por sobrevivir y no te hice culpable. Lo peor. Es lo peor.
Ya la incertidumbre se agotó y tu esgrima no marca los pétalos de la memoria, las coronas dedicadas a mi féretro que nadie cargó, porque era mi responsabilidad. Exacto, era.
Shhh. Ya no tengo más lumbre para decirte más... Shhh.
¿Qué? ¿El yo? ¿El quién?
No preguntes más. Nada descifrarás y así será. Será. El yo fuera del contexto. No debo estar aquí, no debo andar aquí. No cierres la ventana. Ya me voy. Me voy.
Shhh. No sé cómo, pero siento que las paredes escuchan. Siempre soy escuchado por Él. No es cualquiera... Shhh... Adiós.

¡¿Qué haces, imbécil?! Regresa donde mierda estabas...
Pronto acabarás, desgraciado... Pronto te dejarás de cojudeces....
Idiota... ¡cómo te dejas sobornar por la muerte!