Y acusamos al sin motivo cuando pasa el tiempo y no nos lleva consigo cuando las ideas divagan por el querer y no poder. Yo me encuentro en esa mitad que limita mis tantas verdades, mis fingidas mentiras y las tan inexplicables obsesiones. Parece tan certera la idea de que son dos las mitades y una mitad que mitiga las esperanzas y la otra mitad que simplemente le da igual. Igual.
Sintiese que el amor es raptado por el cierzo que brinda una última estocada a mis suspiros, que desnuda el alma, que detiene el pecho al crispar los latidos y reclama más respiros para sentirse vivo en momentos que la mera felicidad era cuestión de enfisemas. ¿Por qué hablo de esa manera del amor?
Una que es ella. Una que es criatura de mi exabrupto, de mi albedrío, de mi experiencia en el oficio de soñar y de teorizar el “me gusta ese ‘no sé qué’”. ¿Acaso es tiempo para sentirme así? ¿Es válido tener la idea de que una flecha perdida de Cupido apuntaba hacia mí? Si entendiesen de la alegría de una belle difference al partir la vida en antes y después, en “aquí moría” y “aquí volví a nacer”. ¿Contar las palabras bastan para hacerme entender? Yo, quien cree en lo eternamente finito que puede ser la vida y el amor, me encuentro a merced de la sin razón que es enemiga de lo físico, de la carne, de los jeans apretados, de los escotes.
a merced, sin razón
Y aplaudiré, hatajo de testigos y criminales, a la flor que evoca el benjuí que encanta un albero. Un albero que nada hará marchitar, que nada dejará a su suerte, pero ¿acaso valdría repetir las mismas palabras otra vez para hacer sentir una verdad?
un albero, mi vida
Una suerte de cicuta que no embriaga ni mata con el desamparo, sino que purifica sin saber el motivo, la voluntad, el interés o la manía de seguir consumiéndola. Que consumo con el silencio que despierta en mis tardes, que juega con mis muñecas al posar mis codos en un escritorio árido de ilusiones, con la cofradía de mis recuerdos. Silencio que no sé cómo justificar.
Y de pie sigo con pasos entre los andares y ni sé a dónde terminaré a varar.
Dime, ¿acaso no sientes que debería escribir y hacer que la tinta manche mis manos para que sea un alma, y el blanco papel un cuerpo donde dibujo, garabateo palabras que musitan y hacen sentir que se acerca la soledad al sentir que no hay vida más allá de lo que las letras crean?
Sea como fuese, las palabras se las llevan el viento, la brisa, el vendaval que acaricia mi rostro desafinado al diapasón que marca un latido, un corazón.
las palabras que se las llevó el viento... ¿a dónde se las llevó? ¿quién se lleva al viento?
--Felipe, ¿en qué piensas?- me dijo Sharon quien me contaba una pelea con su enamorado. Estábamos yendo a la universidad.
--En nada- le contesté.
Mentí.
Sintiese que el amor es raptado por el cierzo que brinda una última estocada a mis suspiros, que desnuda el alma, que detiene el pecho al crispar los latidos y reclama más respiros para sentirse vivo en momentos que la mera felicidad era cuestión de enfisemas. ¿Por qué hablo de esa manera del amor?
Una que es ella. Una que es criatura de mi exabrupto, de mi albedrío, de mi experiencia en el oficio de soñar y de teorizar el “me gusta ese ‘no sé qué’”. ¿Acaso es tiempo para sentirme así? ¿Es válido tener la idea de que una flecha perdida de Cupido apuntaba hacia mí? Si entendiesen de la alegría de una belle difference al partir la vida en antes y después, en “aquí moría” y “aquí volví a nacer”. ¿Contar las palabras bastan para hacerme entender? Yo, quien cree en lo eternamente finito que puede ser la vida y el amor, me encuentro a merced de la sin razón que es enemiga de lo físico, de la carne, de los jeans apretados, de los escotes.
a merced, sin razón
Y aplaudiré, hatajo de testigos y criminales, a la flor que evoca el benjuí que encanta un albero. Un albero que nada hará marchitar, que nada dejará a su suerte, pero ¿acaso valdría repetir las mismas palabras otra vez para hacer sentir una verdad?
un albero, mi vida
Una suerte de cicuta que no embriaga ni mata con el desamparo, sino que purifica sin saber el motivo, la voluntad, el interés o la manía de seguir consumiéndola. Que consumo con el silencio que despierta en mis tardes, que juega con mis muñecas al posar mis codos en un escritorio árido de ilusiones, con la cofradía de mis recuerdos. Silencio que no sé cómo justificar.
Y de pie sigo con pasos entre los andares y ni sé a dónde terminaré a varar.
Dime, ¿acaso no sientes que debería escribir y hacer que la tinta manche mis manos para que sea un alma, y el blanco papel un cuerpo donde dibujo, garabateo palabras que musitan y hacen sentir que se acerca la soledad al sentir que no hay vida más allá de lo que las letras crean?
Sea como fuese, las palabras se las llevan el viento, la brisa, el vendaval que acaricia mi rostro desafinado al diapasón que marca un latido, un corazón.
las palabras que se las llevó el viento... ¿a dónde se las llevó? ¿quién se lleva al viento?
--Felipe, ¿en qué piensas?- me dijo Sharon quien me contaba una pelea con su enamorado. Estábamos yendo a la universidad.
--En nada- le contesté.
Mentí.
1 comentario:
Hola andre. pedí las novelas al salón de taller y NADIE me respondió. jaja. creo que eso fue lo mejor. gracias por lo que dices. En un rato te agrego al msn. Y hace dias que no escribo Leinad pero siempre se me ocurren ideas que siempre olvido. Leeré a Feliope Cohen.
Publicar un comentario