lunes, 23 de julio de 2007

Y escribió el mudo...


Escuché lo que musita la hija de un padre héroe, pero fallecido. Brindé con ella el alcohol más barato que puede vomitar una barrica de roble. La luz blanca no era la de la muerte, sino una estúpida lámpara. Ella, herida, hacía imágenes con la memoria para luego borrarlas y volverlas a crear. Siempre repetía lo que fuimos, lo que éramos y lo que ahora somos. Me costaba ver a ella como sangre de la mitad de mi sangre. Fue solo por ayer, pero el día se nos hizo largo y cogimos parte de la noche y de la madrugada y del desayuno. Brindé por lo que no valdría tener orgullo y hablé lo prohibido a hablar. Un cuarto de cuatro paredes que se hicieron de oídos sordos. El sonido retumbaba sin cautela y llegaba al rincón donde dormía la norma y el orden en una misma cama.
Miraba la hora como si fueran a acabarse en el hoy y sin llegar a un continuará. Sentía las ganas de hacer la vida como una película de Disney: el final con un beso y todos felices. Entender que siempre los finales de las caricaturas terminan en el matrimonio, porque luego no hay más felicidad. Nadie apagó la televisión en ese entonces. Don Nadie habló y fulanos y menganos tuvieron mucha resaca.
Vi el rostro lo que el tiempo cansa. Vi lo que el alcohol y el mal sexo procrea. Sentí lo que el rencor enfrasca en la alacena de mi madre. El condimento que pica el sentimiento del hijo pródigo, del hijo idiota, de la hija ex princesa. Las medidas, las tallas, las preguntas prototípicas de cada relación seria: ¿estoy delgada? Una gaseosa yanqui que mojó un poco la alfombra marrón del dormitorio y que se mezcló con el débil ADN de una lágrima que ella derramó por incomprendida de los licores robados, de las resacas lunáticas y domingueras. Y reí lo que en casa nadie ríe. Y no solo fuimos dos, sino tres. No, miento, cuatro. Es más, cinco. Nada que ver, fuimos bastantes, porque las cantidades no se cuentan, sino se sienten. Una amiga, una amiga y un amigo. Es decir, tres hermanos.
Lo que corrigió la impotencia y lo que emprende la maravilla del desvelo. El reír del “Toda pendeja tiene suerte” y de todos los sentidos figurados habidos y por haber para que yo no entienda, porque no debía entender. Y la ex princesa herida tendrá que regresar al bosque donde las antenas del celular no se atreven a entrar, donde las caídas en el fango valen como un sueldo, donde un bote con termitas es un lujo. Sin embargo, el invierno no es para todo el mundo. Y allá, lejos, se irá la persona con quien menos pensé compartir un cigarrillo.
Y se tendrá que ir, porque ella misma se llama. Como es la madre naturaleza con los instintos. Y se irá volando hacia su lugar donde la denuncia por el robo de un güisqui salió por la culata de un revolver, donde el amor no es el mismo según la esperanza piensa, donde la mochila se hará más grande al momento del partir de una casa y donde los aviones no son el único transporte para llegar a ese bosque. Y decir que volar no es mecánico, sino es el volver a nacer, potenciarse, surgir como el fénix y brindar con los amigos y seguir con lo que uno mismo reclama.
Y lo que la ex princesa me reclamó en ese instante, al recordar todo lo que sucedió, solo fue un vaso más de ron.

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