viernes, 6 de julio de 2007

De escritor a traductor


Está bien que no contenga palabra alguna, pero no era para que me arrancaras de así por así, de así por ser ajeno o devoto a la métrica, al atavismo. Vanidades, encendí tu pulgar, tu índice, tu exabrupto. Arrancaste mi inmaculada figura y doblaste en cuatricomía mi alma, mi fondo, mi nada. Y expusiste mi asombro al sitio más perverso del pupitre. ¡No guardo rencor! Señorita mía, ni pensar que me tocaste con esos dedos de niña y de mujer, aunque tu historia no la sepa.
Y vino el reloj, vino tu adiós remendón recordando tu unidad partida por el secreto que no rima tanto con soledad, pero sí con el miedo.
Claro, como a ti no te abandonan como un papel, como una hoja de respeto, como un casi epígrafe y un casi “de aquí no me voy”. No, aún no es rencor, señorita de palabras cortas y sin mejillas al momento de saludar o al despedir. Y una mano redentora que me salvo de ti, asesina del material poético y lírico, digo, de un simplón, burdo, desgraciado papel. Pues, ahora sabes de páginas válidas y de arte de novicios y de máquinas de escribir en gavias. Menos mal que bien, todo se tradujo en un simple me voy, pero me tocaste. Seguro por ser más de tu obra simpática y traviesa. No lo sé, ahora me traducen las tintas y las fallas ortográficas al tener sentido mi vacío y mi fondo. Ahora soy periplo de un escritor y de un amante que no te seduce, que tal vez no engañe, pero sí con voluntad de no ser reciclado como yo, como la primera hoja de tu cuento.
Y faltase poco y el redentor no conmueve un corazón, un alma y, probablemente, otra hoja de papel vacía que busca ser llenada.
Gracias por traducirme.
Gracias André.

No hay comentarios: