lunes, 23 de julio de 2007

Me faltó decidir


Por el verso subversivo de Bécquer, vengase la noche que uno no inventa, porque solo sé vivir mi misma ficción. Los loqueríos repletos de mis hermanos, de las escuelas, de las métricas. Y una corte reía de lo que desnudaba sin cordura y sin pena. Mies que no escucha los murmullos del alma mía. No te conozco y tú no me conoces. Juega a la ruleta la vocación y el suicida, el ocio y el homicida. Matarás sin piedad que todo hace penumbra. Enceguece las lecturas de las generaciones y dijiste adiós a González Prada.
Y sepa Valdelomar de lo que trato, de lo que soy ingenuo, de lo traidor que puedo ser. Bailando dando piruetas en el sur de la poesía, en los desiertos de la creatividad, en la escasa lluvia de los espantos, el status quo de la ignorancia. Eres tú, no yo.
As de picas, corazón sin reina. Liturgia al soliloquio improvisado, fe a mis temibles blasfemias. Y no sé lo que escribo y de eso se trataba de escribir. Personajes, gentes, horrores, encantos y desencantos. Lo que nadie mira, muere. Lo que no es visto, no existe. Una identidad que no se deja descubrir en el albero de la idiosincrasia y yo que me guié de una sola persona. Que no me miren, que no sea el espejismo improvisado de las ilusiones. De mierda sean las tapas duras de los corazones, el código de venta del histrión de los dones. Yo no engaño, me engañan, me tientan. Mi almizcle que se hizo barro con la tierra cuando pensaba en volar. Sin embargo, volé muy cerca del suelo.
Los paracaídas, los submarinos de color amarillo, el taco impregnado del barniz de las miradas desconocidas, el rincón del cenicero sin ser usado. Llené con locura lo que Dios puso en el camino. La locura me satisface. Ya que duermas con la cicuta que suele ser la verdad, pensarás dos veces en compartir lo que la locura puede crear.
El mundo sugestionado sin los superhéroes de cartón y papel. Ya los valores caen con su peso y las tradiciones continúan con el tiempo como el atavismo de las religiones. Ya no cesaré el alma de mis peripecias y mis fortuitos ánimos de cada día. Supe que la literatura engaña a quien se bastó con lo que nunca sabía.
No dejaré de apretar el lápiz. El lapicero se secó de tanto lloriquear y los borradores se hacen orgullosos por nunca corregirme. Sea de mí esta la crítica de lo que la cama me dice, de lo que la lámpara cuestiona y de lo que la soledad imagina.
Ya en paz descanse el señuelo extraviado en el mar, en el aire, en la tierra, en mí mismo y en los ojos que pasaron lista en recordar lo que tienen en qué corregir. Fue la última palabra, fue el yo que casi no inventé, porque yo mismo soy el invento que alguien quiso y no sé quién.
Exactamente sería el acabar la fianza con el desencanto. Inexactamente la tarea de ser frío, de no estar caliente y eso se llamaba “realidad”.

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