Qué quebranto rompió
las ataduras a tu tierra,
señora hermosa de tradiciones,
cuando juzgas el desorden
al llorar por un Dios en oraciones
y pides viajes,
y pides cambio y no regresa.
Señora con prosapias finas,
dime qué enfrió tu pecho
sin que sea la altura,
sin que sea la supervivencia
al tener un lecho
donde dormir,
donde tu destino pelea
con el atavismo y el morir.
Sepas que hay sonrisa,
señora, al verter fantasía
a la tierra que tu amor cultiva.
se libre como tus leyendas,
como tus versos en diminutivos
y como la flor que empeña
su sábila y dormir,
y quedarse dormido.
No llore, madre entre las madres,
si tus hijos huyen por progresar.
Hay felicidad donde las creas
y terror cuando es indiferente la realidad.
Señora que aún no parte,
dígame, ¿qué espera?
¿Por qué tiene que llorar?
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