
Me cuesta dormir y soñar, soñar y dormir, y viceversa, y viceversa, otra vez. No despertar es lo que no me angustia, sino es el sueño mismo que busco no tener. Ya la cobija no ampara el viento gélido de Lima y la hipocresía del reloj no me convence de mucho. ¿El por qué? Si supieses, mi pequeña lámpara. Las baterías que tienes no te harán que me acompañes pasando de las 5 AM, pero para algo debes estar aquí, ¿no?.
No me digas, ya sé que no puedo dormir. Sí, eso también. No puedo soñar. Ya el sueño cobró factura y no hay más realidad que el dintel que creas encima de mi cama forjando un telón de incertidumbre y de sorpresa fingidas al saber que será luego lo mismo. Me cuesta fingir. Bajo un telón y encima de él para desajustar la función que cumplo como histrión en mi obra, en mi humor, en mi sarcasmo, en mi masocomio sin sala de espera, sin enfermera más que la suerte, sin regazo más cobijador que la oscuridad del fondo de mi cajón. Cómo puedo pensar en tanto y no pueda soñar. ¿Será realidad también? Se acabaron las ideas con el último cierzo que empasté a mis viejas nostalgias al contarlas como suspiros.
Qué aire tan frío, qué sensación la que rodea estas líneas, a pesar que no sean de droga. Y mis manos titubean, y mis manos concentran las angustias al descansar sobre mi pecho y simular que duermo. ¿Qué parte de la física explica el soñar?
Quebradiza la pieza última de una canción que recuerdo. Qué poco agradable es la desgracia del “Se terminó y no sé”.
¿Si no despierto?
Sería el sueño último, la comunión con ese oscuro proyecto que comprendió a tantos muertos y solo yo, quien en vida, me lo propongo. Lamparita, si te duermes, yo te despierto... Juguemos cartas hasta amanecer o veamos TV. Lo que tú quieras. No descansemos... Siento que encegueces mi mirada con la luz que brindas ahora al escribir esta carta y la llenas de impotencia al dejarme en plena oscuridad. No hay diferencia, viceversa, viceversa. Pero qué... se te acabó la batería... Tenía un par de jocker... hubieses ganado y yo perdido y viceversa. Viceversa.
No me digas, ya sé que no puedo dormir. Sí, eso también. No puedo soñar. Ya el sueño cobró factura y no hay más realidad que el dintel que creas encima de mi cama forjando un telón de incertidumbre y de sorpresa fingidas al saber que será luego lo mismo. Me cuesta fingir. Bajo un telón y encima de él para desajustar la función que cumplo como histrión en mi obra, en mi humor, en mi sarcasmo, en mi masocomio sin sala de espera, sin enfermera más que la suerte, sin regazo más cobijador que la oscuridad del fondo de mi cajón. Cómo puedo pensar en tanto y no pueda soñar. ¿Será realidad también? Se acabaron las ideas con el último cierzo que empasté a mis viejas nostalgias al contarlas como suspiros.
Qué aire tan frío, qué sensación la que rodea estas líneas, a pesar que no sean de droga. Y mis manos titubean, y mis manos concentran las angustias al descansar sobre mi pecho y simular que duermo. ¿Qué parte de la física explica el soñar?
Quebradiza la pieza última de una canción que recuerdo. Qué poco agradable es la desgracia del “Se terminó y no sé”.
¿Si no despierto?
Sería el sueño último, la comunión con ese oscuro proyecto que comprendió a tantos muertos y solo yo, quien en vida, me lo propongo. Lamparita, si te duermes, yo te despierto... Juguemos cartas hasta amanecer o veamos TV. Lo que tú quieras. No descansemos... Siento que encegueces mi mirada con la luz que brindas ahora al escribir esta carta y la llenas de impotencia al dejarme en plena oscuridad. No hay diferencia, viceversa, viceversa. Pero qué... se te acabó la batería... Tenía un par de jocker... hubieses ganado y yo perdido y viceversa. Viceversa.
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