viernes, 28 de septiembre de 2007

Dispénseme...



La excentricidad es algo que me acompleja demasiado, aunque pueda ser modesto con considerarla meramente como una facultad de la originalidad, que para bien o para mal, trasciende en todos los ámbitos de mi desarrollo social. ¡Qué modestia hacerme el cachuelo de psicólogo! Aunque podría valerme alguna buena bofetada de algún psicoterapeuta, pues, bienvenida sea. Quizá así regrese, y solo de visita, al distrito que me encerró por más de quince años de mi vida y a esta calle que mantiene aún vivo el cordón umbilical de mi existencia. Cierto es que no es amor a la camiseta ni amor al chancho, con o sin triquina, pero a lo que llego es que termino, sea como fuese, al mismo lugar donde ya estuve con la mínima idea de salir.
¡Pues qué divertido mantener ese lado de la imaginación que hace de mí un hígado con filosofía maniquea! Apostaría a que por mí, obvio que sin mi voluntad, atenté a darle un derechazo a mi padre por chismoso, saqué el dedo medio por la ventanilla del carro, jugué toca timbre en la puerta de mi casa y hasta tomé un taxi preguntándole dónde quedaba mi casa. Cierto es que peleé con todos y ni si quiera inició algún round. Peleé como los machos cabríos sin infancia y salté la cuerda como todo un marica, y perdí jugando mundo con una silla de ruedas. Me motiva, pues, las ganas de solventar este disgusto conmigo mismo y el disgusto ajeno a las personas que me rodean y ahora, debo decir, me rodearon. Porque cierto es que hasta hice enojar al extraño, al confiado, al mesero, pero nada como el amor que le guardé a la persona a quien se lo prometí. Parece raro, es cierto, pero reconozco mi orgullo iletrado porque ahora me encuentro con el yo que siempre amó aquella persona. Mi voz la habrá sentido corta, mi garganta, las cuerdas vocales, el diente celoso y la lengua que me delató. Situación: auto 4x4 y con el ánimo caído por pelear con mi padre pensando que podría recuperar el tiempo que perdió conmigo. Me encerré en solo dos bandas del cordón de seguridad y busqué escabullirme en el bolsillo al saber que me llamaste para saber luego que me ibas a colgar.
Ahora meto las manos en los bolsillos para saber si tengo centavo salvador para esclarecer mis ataques, mis nervios y mis exageraciones. No respondí como guerrero sin guerra, sino que respondí como poeta sin amada, como canción de José José con nudos en la garganta.
Raro, extraño, me duele decir que no es mi primera vez. Me ruborizo, me callo, me hago el misterioso, el hermético, el solo, el abandonado, el culpable. No mantengo secretos con mis viejos, porque aún no saben que los tengo. Quizá entiendas, quizá me contestes para quitarme las manos de los bolsillos, porque siento frío para tocarte el rostro con la imaginación que aún no termina de pagar su hipoteca. Tocarte el rostro como cuando acaricio la almohada al dormir. Ella como parte de mis excentricidades, como unas previas, sin cerveza, para darme el salto de trampolín y dormir con ella, porque continuamos hablando en el backstage de los sueños.

Milonga entre adultos inmaduros

-De tanto mirar...
-Se me caerán los ojos. Lo sé, pero qué bella prisión es la que veo allí afuera, incluso más que la mía.
-Lo ajeno, hijo, se te hace más fácil en notar y admirar. Poco te di, pero la casualidad sabrá.
-¿Ella no es mi madre?
-...
-Tiempo que no la veo. Quizá regrese como solo esa vez que estuvo cuando nací.
-Lo dudo, pero mira qué fabuloso ese cielo tan blanco como el edredón blanco que cubre tu cama. Mira aquel portón roto como el chocolate que te daba salpullido o aquel automóvil cual es igualito al que te regalé de juguete y ...
-Lo vi, pero no veo a qué tanto bla bla bla...
-Temo que sí.
-Me gusta aquella niña.
-¿Tanto como qué?
-Como las historietas que me compré hace poco.
-¿Tanto así, mi hijo?
-Tan solo soy un niño aún, pero tú cuánto quisiste a mi mamá.
-Tanto como aquí hasta el cielo.
-Lo sabía.
-¿Sabías qué?
-En que en el amor era más maduro que tú.

domingo, 16 de septiembre de 2007

¡Pulpos en su tinta!

La magia me sobró siendo niño y me concierne mi trabajo de alquimista en conocerla mejor como esperanza. Cierto fueron varias mis animas mundi para consolidar lo que hoy obtengo sin vano sacrificio. ¡No me contradigan pues si no es sacrificio! Sé que Mel Gibson no tratará de ser capitalista con mi Pasión sin tanta sangre, aunque lo que más sangró en mí fue el corazón. Nunca dejando el lado romantico, aunque parezcamos ciertos extraños y hasta odiados, comprendí un cierto poema que me bastó para ver la caja de colores por un buen tiempo. Bien sabia que despúes de lo que vería no sería Trampolin a la Fama ni el "Tambieeeeeeeeeeeeeeen viene" del noticiero. Pues qué intrepido soy ahora para acordarme y apostaría al tres por uno si alguien no me entiende al final.
Regresando al poema, este se llamaba "Me enamoré de Betty Mármol". Me reí en algún inicio cuando descubrí este singular poemario rapsódico en la biblioteca más cercana que tenía. Lo leí, reí y hasta susurré cuál sería mi disparatada caricatura de la cual me enamorase. Remonté hacia el pasado a lo John Weyn y terminé en en el vacío más perverso como lo que hay debajo de la cama de la pareja Ingalls.
Justo fue hoy y hasta me reí y hasta me aterroricé jurando que podía ser verdad. Añadiendo el título de la entrada, por más increible y hasta perjudicial para un selecto grupo del HI5, me enamoré de Oliva Olivo. Cierto que pueda crear celo alguno a una mujer maravillosa que conosco, descubrí que el mundo que garabateaba en mis páginas se cuadriculó en el primer plano de mi realidad. Aquella mujer maravillosa que ahora extraño es mi Oliva Olivo pertinente y sin cortes comerciales. Vale decir que esta mujer maravillosa no tiene el pelo negro ni esos ojos negros tipo boton, ni la nariz asi de chiquita. Lo cierto es que es la mujer con quien viajaría a todas las partes del mundo y, obviamente, la mujer quien me esperaría en casa luego de mi lucha en el pacifico en la segunda guerra. Luchando contra el destino, contra el Plutus que nunca se afeita, lo cierto sería que es la caricatura que me encierra y la mujer que protagonisa, en cierto modo, es Oliva Olivo.
Ahora que me encuentro en servicio, no dejo de pensar en mi Oliva que debe encontrarse no tan lejos de mí. Aunque no contenga lata de espinaca por ahora, podré romper distancias con el punche que siempre me faltó. Como un poema de Joaquín Sabina, Tal para cual, sería en mi vida como "Yo popeye, tú Oliva, tal para cual, yo virus, tú viruela"...
Gracias A.A.P, Paramount y a Oliva quien más tarde me llamará por teléfono.

martes, 11 de septiembre de 2007

Homenaje

Nací un día que Dios estaba enfermo, grave.

Ni qué decir de ti, Vallejo. Cada cual con su frase de ternura y de autodestrucción. Pongamos el caso que lo perfecto de la métrica fuera la misma métrica. Quiera que no sea así en este mundo cuadriculado en todas sus esquinas. La novela que alguna vez escribí no era una carta poder de algún abogado. Realmente las hazañas del ingenio no engatusa esta plancha de uno por uno de realidad. Pues que quien critique tenga la idea de lo que se trata. La arquitectura no hace la fama del arquitecto. El seguir la ley no hace el nacimiento de nuevas leyes. No comprendiese en qué momento el soneto de las aduanas no es el mismo que el cuarteto del respeto en la casa. Ya me aburre el atavismo formal de las bodas y de los velorios lloricones de las viejas. Si sepa que los joven no puede llevar el almizcle del siglo XVIII. No sepa, pero perdóneme y discúlpeme, que siempre sea así el juego de villanos y de policías. No quiera ser policía del caso homicida que termine con la gramática que desde niño manejó algún reo. No quiero ser el villano que no hace del homicidio un arte. No temer al forajido, al cabello largo, al hijo artista de los funcionarios, al auspiciado por todos sin contar a sus padres.
Pues que difícil sea la aprobación del hatajo miserable que pisa el gris sin sucumbir por los elefantes rosados de cada bar. Si miramos al cielo que no sea por culpa ni perdón, que no sea por mentiroso ni humilde, ni por castigado o por salvador, sino por saber qué nos trajo al mismo lugar que ya mis generaciones pisaron, acabaron, gimieron y lloraron. Pues qué de nuevo trae esta esquina entre dos avenidas que siguen siendo el mismo prostíbulo desde el año de la Perricholi. Qué solución trae hacerse el terco, sacar la diploma que el vecino no tiene o ganar la carrera que nunca comenzamos. No callo aún la prosapia maldita de mis antepasados, la realidad que nos cubre como la estameña blanca que se contamina, al sicario profesional o al traidor que no supo qué hacer y lo llaman luego hermano. No sepa y no sé.

¡AH! ¡ CHU!
Salud, Dios.
Gracias, hijo mío.


Despistado

Fui paupérrimo con sentimientos y millonario al conocer desamores. El tiempo ahora corre sin que lo detenga alguna garita corrupta de carretera y los rompe muelles le llega al mazo. En la carretera que conformaba mi desvío por la ironía de la velocidad, tiré dedo como quien se imagina hacer una propaganda de jeans baratos y con chicas de plástico que saben a publicidad. Estiré mi brazo para alcanzar destino y el silbido de los motores corregían mis pobres pasos. Caminé con los motivos que marcaban mi maniobra suicida, al lado de la carretera que no conectaba a todo el continente americano. Entregaba flores a las familias completas del camino a cambio de algunos favores: pedía seguridad.
Los trailers, las familias completas, las parrillas completas de comodidades y de deberes: el arte de amueblar una casa sencilla. Los mosquiteros huecos que eran los altos cerros que me miraban con desprecio y yo los miraba con la sonrisa que ellos tampoco tenían transporte como yo muy pronto tendría. Acertadamente di con un veinte en malos pronósticos y la noche cayó con la garúa y mis harapos mojados con el miedo entre los dedos como si fumase un cigarrillo sin filtro, pero que siempre siendo tabaco. No localicé el camino entre los bordes de la autopista y la pista misma. Tropezaba con las cifras pares e impares marcadas con cemento y con sudor. Siendo Hermes con zapatillas de Polvos Azueles, tramaba con la mirada, bajo los oscuros prados, una simpática sonrisa.
caí... caí... caí...
Logré recoger a mí mismo y, para eso, volvió ser de mañana. Alguien me había prestado una sábana algo sucia, pero con una buena fe en mí. ¿Mi destino? Donde el kilometraje de mi amores digan que estuve de vacaciones. ¿Distancia? No tan lejos como quien se pierde entre tantos prados y logra contar sus pasos para saber cuántos pasos dar para regresar. Una mujer se acerca a mí con una batea llena de harina con agua y comienza a esculpir algo inspirándose en mí. Pueblo de procedencia: ni idea. Apareció como de así por así, como si del prado se juntase toda la sábila y formo una figura femenina hermosa en facciones y terriblemente conspiradora con sus acciones. Seguía con su arduo labor. Se acerca y me mira. Saca sus medidas, me estudia, me prueba y su batea se hace cada vez más de harina y de agua, agua y harina para que luego no ver lo que diablos hacía. El kilometraje de mis amores cesó y bastaron tres pasos para saber dónde debía llegar. Me pidió disculpas y se hizo un lazo con el cabello suelto que parecía que desde su cabellera venía el viento que sopla por todo el mundo. Un traje blanco. Una mujer que se casó con la naturaleza y esta naturaleza sin vergüenza del incesto. Me miró. Hizo que cerrara los ojos y sentí una sustancia fría y pegajosa que pronto se pondría menos húmeda y más unida a mí. Sentí la paz que reinaba aun sin ver lo que sucedía conmigo. Ya sintiendo el peso hacia atrás, decidí caer al suelo. No había suelo alguno, me elevaba, arriba, azul, infinito. Estaba solo y el kilometraje del amor cesó para nunca más reclamar alguna multa. Amé...

Hubo tráfico en la carretera por un accidente. Un muerto y el auto fugó con el homicida. Identidad: ninguna. Edad: probablemente, veinte años. Ocupación: dudosa. Sueños: amar. Conclusión: no sé...


Basta decir que llegó a amar.



domingo, 9 de septiembre de 2007

Confesión indirectamente directa

Ni pelota Pelé, ni telescopio navidezco,
ni soldadito francés, ni JI`GOES,
ni Leonardo, ni Tres, ni Donatello,
ni trompo chino, ni doscientos por Go,
ni hipoteca, ni compra, ni doble seis,
ni vino, ni pan, ni MP3,
ni cobija abuelita, ni terno a los trece,
ni licencia, ni mecánico, ni policìa,
ni columpio, ni caramelos, ni alergia,
ni gol de Maradona, ni Peru Campeón,
ni princesa, ni verso, ni cofradía,
ni carcaj, ni tabaquera, ni mi pipa,
ni brindis con chop, ni mano con lapicero,
ni papel en blanco, ni Rock And Roll,
ni baile de quinceañero, ni chambelán,
ni quince de picas, ni noches con sol,
ni Silvio sin Rodriguez, ni diéresis con tilde,
ni entropía en mi cuidado, ni susurro,
ni voz, ni mejilla sonrojada,
ni Tintin, ni Van Gogh, ni mercurio,
ni treces, ni martes, ni fotocopia,
ni prosapia, ni diagnostico, ni frío,
ni fuga, ni libertad, ni vecinas chismosas,
ni letreros, ni Condorito, ni medio pasaje,
ni lío, ni yoyo campeón, ni cometa crepé,
ni luna anémica, ni botón en mi camisa,
ni camilla de dos plazas, ni cantinflas,
ni reloj de pulsera, ni lampara que brilla,
ni mouse con laser, ni moneda que encontré,
ni chupetín Wonka, ni tonto con cátedra,
ni tour al otro rincón de mi imaginación,
ni mi nombre en lista de espera,
ni chantaje, ni cinta de bautizo,
ni película repetida, ni dos por uno,
ni cueva de alibaba, ni principe de persia,
ni taxi con televisión, ni corbata prejuiciosa,
ni sastre, ni beca, ni hora puntual...

Ni nada sin su todo, ni todo si es nada,
ni luz maravilla, ni ventana al jardín,
ni nada lo que sea,
ni todo es de la nada...

Y si quiero algo, sabes que solo quiero a ti.

Grita!! (Gritemos, también)


Grita lo que encierra tu mente
o cierra los ojos como quien no quiere.
Grita al anémico de realidad
lo que la fantasía advierte
con dos gotas de alegría
y día a día sin acabar,
y noche a noche
el teléfono no sería teléfono
si nunca terminásemos de hablar.

Grita despertando la cólera
de la interferencia radial.
Grita como quien se enoja
a la voluntad misma del desorden.
La incoherencia, la mar
de tu sonrisa,
de mi charco, de mi doble
único cuando ríes,
cuando brillas como mil soles...

Grita lo que quizá haya escrito
o inventa nupcias entre el predicado
y el sujeto de mucha esperanza que soy,
Grita que el arte sigue en mis manos
y arañan papel sin sentir dolor...
Grita y siente su eco...
pero con mi voz...

jueves, 6 de septiembre de 2007

Plan

Algunas veces cuelgo la cabeza en mi hombro como si fuera yo mismo quien carga de mí o el conmigo y consigo que uno no puede con el otro y se ayudan o quizá se desconocen. Lo cuelgo quizá como quien se parece un pollo en el mercado buscando olla para sentirse en algún hogar. Cierto o no, no me tocó estar en el frigerador, sino pensando en las cuantas maneras hay en decir buenas noches. Un guiño de ojo no ayuda, aunque la "O" fuese originalmente un ojo en alguna cultura mater. OJO. No era la idea que concebía, sino el rostro que dibujé en mi cuaderno perdiendo alguna conexión con la historia que escuchaba rutinariamente por Duende Verde, digo, por mi profesor de Historia y valga la redundancia como siempre lo es, porque hacerse entender dos veces hace una conexión de sensibilidad.
Quizá te haya dado miles pistas de ello. El repeticua de mis dos frases, de mi verbo con el artículo que muestra posesión o dirección o informacion de alguien necesitado por hablarte o por verte o quiza por los dos y todo lo anterior con su merecida vicerversa.
Con el escaparate para terminar en tus redes, consigo golpear el mp3 con dedicar una nueva canción a mi estado, a mi repùblica, a mi monarquía, a mi constitución, a mi Cadiz sin Corte, porque una chikita interrumpió la tijera de la historia para acercarme más a mí mismo y claro que también a esa persona. Una canción que no sea ni trova ni regeton, ni alternativo ni opera, ni jazz ni bailetón.
Ni historia con princesas, porque a una tengo al lado del corazón.


Y si te preguntas porque te dije todo esto, es porque no sabía cómo despedirme sin contarte que te extrañé todo el día.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Jugandome la bofetada

Quiza leas este mensaje al momento que abandone la computadora por ya unas horas o minutos. No sabría precisar, la verdad. Ahora no sé más que pensar en cómo estas y me siento así como ayer: angustiado, tembleque, con miedo. Por algún modo me pasa por la cabeza pensar que estas líneas cumplirán su acometido como una ventana de conversación instantanea. Pregunto sin que me delanten los emoticones y suelo responderme a mí mismo cuando ya la persecusión a tu personalidad se suele desvanecer con un bostezo que regula el sueño. Quiza acierte con la pregunta que te haga y yo sepa o quizá me responda lo que yo mismo quisiera oír. Lo último contiene un alto grado de ilusión. Armar conversaciones consigo mismo pensando en otro está prohibido para los niños. Justo ahora que la ley dice que está prohibido prohibir, yo qué sé.
Quizá nada sé. Y si tuviera que saber algo, es saber que te encuentras ahora bien.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Y... ¿Me decías?

Conforma la sangre
Con la sal de la tierra
Y moldeada por el rostro
Echado y con pupilas dilatadas
Que callan al cielo por soborno,
Que roban la sábila de la naturaleza
Y embriaga a la copla
Convidada al tiempo que toma
La injusticia y la espera.

Desmoronas la carne,
Los huesos, el latido y el diapasón
Que festeja carnavales con poemas
Extraviados en el talego y perdón
Gimen las golondrinas
En los vergeles que no esperan veredas
Ni pasajes de amoríos por día.
Exclama soledad y, por Dios,
Que yo me esconda en las coronas
De pésame que adornan una sonrisa.

Pensase en los recados del alma,
Del revólver que engríe el amor
Al caer del cielo, pero no de la cama
Mientras dormito el propio sueño
Y no despierto con corazonadas
Que clavan heridas al pecho
Y niego tres veces sin resucitar,
Porque soy humano, hermano,
Como quien pide y no tuvo más.

Y tienta y condena, dulcemente,
La mies incrédula y versan anatemas.
Yo, con almas en cofradía,
Con los diarios póstumos y bellezas
De los nuevos tiempos romanos,
De las tímidas y peculiares cursivas,
Impuse a la Eva que trabajé en mis manos
Y confundí las hojas por costillas
Y el amor correspondido por manzanos
.

Hace poquito

La latitud del extravío se acopló en mí como el caramelo a su papel chillón una tarde en la calle. Solo a secas como el arenal que me acompoñó por unos minutos con paso apresurado. Guiñé el ojo al incauto bolsillo que tengo y desplegué la mirada al sur buscando mi casa: se acabó el pasaje y aposté al equilibrio, porque decidí caminar.
Qué inquieta era la bulla y qué chismosa el silencio para mis adentros que terminaban afuera por levantar la mirada cuando nada había por ver.
¿A qué le tienes miedo, señor?
Miré tan lejos como pude, como elevando los pies para ser alto y no tan grande. Atiné a apurar el paso como a quien le quemas los pies.
¿A qué?
Me adelanté al exabrupto y caí de codos al charco donde observé lo que alguien veía en mí. Vi mi propio miedo.
¿A qué?
No corroboré la existencia del emisor. El público, la vida, el receptor, el testigo, victimario. A qué podría. Al no sentir lo que con los años espero y no es el regalo que nunca recibí. El final de Disney que algún príncipe anarquista nunca leyó en el libreto vitalicio e infame. La maravilla que no pude haber visto y me perdí por puro sonso. La mano que no estreché por imaginarme ser zurdo. El llanto que no callé porque también lloraba. El aire que no compartí pensando que sufría de asma. No haber construido un castillo de cemento en alguna orilla. Haber sido quien hizo la huella que encontró Crusoe. No haber escrito el poema que destiló lágrimas sin mi voluntad. No haber sentido la sensibilidad que ya se me hacía ajena. No haber devuelto el abrazo que no me acompañó desde la noche anterior. Miedo, miedo, miedo.... Qué había más allá del charco donde reconocí mi rostro, donde en soledad me descubrí, donde corregí lo que a alguien le pareció perfecto y a mí poco me convence. Insatisfecho, miedo, realidad, el yo, el nunca, el por fin, el compartir... compatir, vivir, sonreir... amar...
¿A qué?
A no volverla a ver más...
¿Nada más?
Si, quien seas, nada más...

Coitus interrumpus...
Se escuchó el golpe plástico del teléfono...

sábado, 1 de septiembre de 2007

Un penique de verdad



Hace poco expuse mi mano al alto del cielo pensando tocar alguna estrella que cure mis dedos sin uñas por una infancia hipocondriaca. El frío alargó los centímetros de vida de alguna línea de mi palma. Observé que más lejos aún se divisaba la falla de alguna sintonía: vi las hormiguitas de la pantalla plasma del cielo. El cielo gris y blanco en plena trifulca. Cincuenta- cincuenta la división del territorio que alguno de los dos puso en discusión. No fallé en ver el árbol que comenzaba a moverse y a adrentar a la madre a las hormiguitas del cielo: siempre fue un hombre muy alto con un traje de árbol. Me caí del asiento donde mi cuerpo rebozaba. Sucedió que las tortugas grises de los asientos emigraron al sur del norte de las hormigas o quizá en viceversa. Las aves no se movían por nada y me di cuenta que eran solo tubos pintados de blanco y gris cuales colgaban del cielo pantalla plasma. Miré más aún y mis manos se volvían en pequeños trozos de papel que el aire se los llevaba. El césped se movía con brusquedad y los dientes de león pasaron a ser atigrados. Nada igual. El caracol ciclista, el búho leyendo el periódico en una caseta 1x1, en una prueba de supervivencia ciudadana. El colapso, el primer acto que cambiando de canal no corregí. Me hacía de papel, me hacía uno con el viento y ceniza con el césped que comenzaba quemarse sin motivo alguno...
Seguía extendiendo el brazo sin amenazar a las pobres hormigas...

"Tenga muchacho..."
"Gracias, señor"
me levanté de la acera y me dirigí a comprar el primer pan que me metería a la boca...
y no... no era la hora del desayuno.