
La excentricidad es algo que me acompleja demasiado, aunque pueda ser modesto con considerarla meramente como una facultad de la originalidad, que para bien o para mal, trasciende en todos los ámbitos de mi desarrollo social. ¡Qué modestia hacerme el cachuelo de psicólogo! Aunque podría valerme alguna buena bofetada de algún psicoterapeuta, pues, bienvenida sea. Quizá así regrese, y solo de visita, al distrito que me encerró por más de quince años de mi vida y a esta calle que mantiene aún vivo el cordón umbilical de mi existencia. Cierto es que no es amor a la camiseta ni amor al chancho, con o sin triquina, pero a lo que llego es que termino, sea como fuese, al mismo lugar donde ya estuve con la mínima idea de salir.
¡Pues qué divertido mantener ese lado de la imaginación que hace de mí un hígado con filosofía maniquea! Apostaría a que por mí, obvio que sin mi voluntad, atenté a darle un derechazo a mi padre por chismoso, saqué el dedo medio por la ventanilla del carro, jugué toca timbre en la puerta de mi casa y hasta tomé un taxi preguntándole dónde quedaba mi casa. Cierto es que peleé con todos y ni si quiera inició algún round. Peleé como los machos cabríos sin infancia y salté la cuerda como todo un marica, y perdí jugando mundo con una silla de ruedas. Me motiva, pues, las ganas de solventar este disgusto conmigo mismo y el disgusto ajeno a las personas que me rodean y ahora, debo decir, me rodearon. Porque cierto es que hasta hice enojar al extraño, al confiado, al mesero, pero nada como el amor que le guardé a la persona a quien se lo prometí. Parece raro, es cierto, pero reconozco mi orgullo iletrado porque ahora me
encuentro con el yo que siempre amó aquella persona. Mi voz la habrá sentido corta, mi garganta, las cuerdas vocales, el diente celoso y la lengua que me delató. Situación: auto 4x4 y con el ánimo caído por pelear con mi padre pensando que podría recuperar el tiempo que perdió conmigo. Me encerré en solo dos bandas del cordón de seguridad y busqué escabullirme en el bolsillo al saber que me llamaste para saber luego que me ibas a colgar.
Ahora meto las manos en los bolsillos para saber si tengo centavo salvador para esclarecer mis ataques, mis nervios y mis exageraciones. No respondí como guerrero sin guerra, sino que respondí como poeta sin amada, como canción de José José con nudos en la garganta.
Raro, extraño, me duele decir que no es mi primera vez. Me ruborizo, me callo, me hago el misterioso, el hermético, el solo, el abandonado, el culpable. No mantengo secretos con mis viejos, porque aún no saben que los tengo. Quizá entiendas, quizá me contestes para quitarme las manos de los bolsillos, porque siento frío para tocarte el rostro con la imaginación que aún no termina de pagar su hipoteca. Tocarte el rostro como cuando acaricio la almohada al dormir. Ella como parte de mis excentricidades, como unas previas, sin cerveza, para darme el salto de trampolín y dormir con ella, porque continuamos hablando en el backstage de los sueños.
¡Pues qué divertido mantener ese lado de la imaginación que hace de mí un hígado con filosofía maniquea! Apostaría a que por mí, obvio que sin mi voluntad, atenté a darle un derechazo a mi padre por chismoso, saqué el dedo medio por la ventanilla del carro, jugué toca timbre en la puerta de mi casa y hasta tomé un taxi preguntándole dónde quedaba mi casa. Cierto es que peleé con todos y ni si quiera inició algún round. Peleé como los machos cabríos sin infancia y salté la cuerda como todo un marica, y perdí jugando mundo con una silla de ruedas. Me motiva, pues, las ganas de solventar este disgusto conmigo mismo y el disgusto ajeno a las personas que me rodean y ahora, debo decir, me rodearon. Porque cierto es que hasta hice enojar al extraño, al confiado, al mesero, pero nada como el amor que le guardé a la persona a quien se lo prometí. Parece raro, es cierto, pero reconozco mi orgullo iletrado porque ahora me

Ahora meto las manos en los bolsillos para saber si tengo centavo salvador para esclarecer mis ataques, mis nervios y mis exageraciones. No respondí como guerrero sin guerra, sino que respondí como poeta sin amada, como canción de José José con nudos en la garganta.
Raro, extraño, me duele decir que no es mi primera vez. Me ruborizo, me callo, me hago el misterioso, el hermético, el solo, el abandonado, el culpable. No mantengo secretos con mis viejos, porque aún no saben que los tengo. Quizá entiendas, quizá me contestes para quitarme las manos de los bolsillos, porque siento frío para tocarte el rostro con la imaginación que aún no termina de pagar su hipoteca. Tocarte el rostro como cuando acaricio la almohada al dormir. Ella como parte de mis excentricidades, como unas previas, sin cerveza, para darme el salto de trampolín y dormir con ella, porque continuamos hablando en el backstage de los sueños.