La latitud del extravío se acopló en mí como el caramelo a su papel chillón una tarde en la calle. Solo a secas como el arenal que me acompoñó por unos minutos con paso apresurado.
Guiñé el ojo al incauto bolsillo que tengo y desplegué la mirada al sur buscando mi casa: se acabó el pasaje y aposté al equilibrio, porque decidí caminar.
Qué inquieta era la bulla y qué chismosa el silencio para mis adentros que terminaban afuera por levantar la mirada cuando nada había por ver.
¿A qué le tienes miedo, señor?
Miré tan lejos como pude, como elevando los pies para ser alto y no tan grande. Atiné a apurar el paso como a quien le quemas los pies.
¿A qué?
Me adelanté al exabrupto y caí de codos al charco donde observé lo que alguien veía en mí. Vi mi propio miedo.
¿A qué?
No corroboré la existencia del emisor. El público, la vida, el receptor, el testigo, victimario. A qué podría. Al no sentir lo que con los años espero y no es el regalo que nunca recibí. El final de Disney que algún príncipe anarquista nunca leyó en el libreto vitalicio e infame. La maravilla que no pude haber visto y me perdí por puro sonso. La mano que no estreché por imaginarme ser zurdo. El llanto que no callé porqu
e también lloraba. El aire que no compartí pensando que sufría de asma. No haber construido un castillo de cemento en alguna orilla. Haber sido quien hizo la huella que encontró Crusoe. No haber escrito el poema que destiló lágrimas sin mi voluntad. No haber sentido la sensibilidad que ya se me hacía ajena. No haber devuelto el abrazo que no me acompañó desde la noche anterior. Miedo, miedo, miedo.... Qué había más allá del charco donde reconocí mi rostro, donde en soledad me descubrí, donde corregí lo que a alguien le pareció perfecto y a mí poco me convence. Insatisfecho, miedo, realidad, el yo, el nunca, el por fin, el compartir... compatir, vivir, sonreir... amar...
¿A qué?
A no volverla a ver más...
¿Nada más?
Si, quien seas, nada más...
Coitus interrumpus...
Se escuchó el golpe plástico del teléfono...

Qué inquieta era la bulla y qué chismosa el silencio para mis adentros que terminaban afuera por levantar la mirada cuando nada había por ver.
¿A qué le tienes miedo, señor?
Miré tan lejos como pude, como elevando los pies para ser alto y no tan grande. Atiné a apurar el paso como a quien le quemas los pies.
¿A qué?
Me adelanté al exabrupto y caí de codos al charco donde observé lo que alguien veía en mí. Vi mi propio miedo.
¿A qué?
No corroboré la existencia del emisor. El público, la vida, el receptor, el testigo, victimario. A qué podría. Al no sentir lo que con los años espero y no es el regalo que nunca recibí. El final de Disney que algún príncipe anarquista nunca leyó en el libreto vitalicio e infame. La maravilla que no pude haber visto y me perdí por puro sonso. La mano que no estreché por imaginarme ser zurdo. El llanto que no callé porqu

¿A qué?
A no volverla a ver más...
¿Nada más?
Si, quien seas, nada más...
Coitus interrumpus...
Se escuchó el golpe plástico del teléfono...
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