sábado, 1 de septiembre de 2007

Un penique de verdad



Hace poco expuse mi mano al alto del cielo pensando tocar alguna estrella que cure mis dedos sin uñas por una infancia hipocondriaca. El frío alargó los centímetros de vida de alguna línea de mi palma. Observé que más lejos aún se divisaba la falla de alguna sintonía: vi las hormiguitas de la pantalla plasma del cielo. El cielo gris y blanco en plena trifulca. Cincuenta- cincuenta la división del territorio que alguno de los dos puso en discusión. No fallé en ver el árbol que comenzaba a moverse y a adrentar a la madre a las hormiguitas del cielo: siempre fue un hombre muy alto con un traje de árbol. Me caí del asiento donde mi cuerpo rebozaba. Sucedió que las tortugas grises de los asientos emigraron al sur del norte de las hormigas o quizá en viceversa. Las aves no se movían por nada y me di cuenta que eran solo tubos pintados de blanco y gris cuales colgaban del cielo pantalla plasma. Miré más aún y mis manos se volvían en pequeños trozos de papel que el aire se los llevaba. El césped se movía con brusquedad y los dientes de león pasaron a ser atigrados. Nada igual. El caracol ciclista, el búho leyendo el periódico en una caseta 1x1, en una prueba de supervivencia ciudadana. El colapso, el primer acto que cambiando de canal no corregí. Me hacía de papel, me hacía uno con el viento y ceniza con el césped que comenzaba quemarse sin motivo alguno...
Seguía extendiendo el brazo sin amenazar a las pobres hormigas...

"Tenga muchacho..."
"Gracias, señor"
me levanté de la acera y me dirigí a comprar el primer pan que me metería a la boca...
y no... no era la hora del desayuno.

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